AI rewritten memory X25sb5798

Partially lost

La lluvia volvía a caer sobre el asfalto caliente, reliquia de viejos tiempos en los que las calles eran transitadas por vehículos particulares. Todavía me pregunto cómo hacía la gente para tolerar horas de traslado consciente. Al menos el subterráneo tiene el gas somnífero gratuito y obligatorio.

Conducir en las calles, despierto, para ir de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, qué tortura. Mientras menos tiempo despierto, mejor.

El cromo de los edificios seguía ardiendo aunque el sol ya había bajado hace horas. La era glaciar que nos prometieron siglos atrás nunca llegó, y ahora cada lluvia es un puto sauna. Tanto azufre disuelto en el vapor de agua te deja los ojos permanentemente rojos.

La chupada de pija de aquel ciruja me había sentado bien, ahora estaba de bastante buen ánimo como para volver al ruedo.

Miré para arriba y pensé en Perón.

“San Perón, Santa Evita, denme el poder necesario para lo que sigue en el día.”

Caminé unas cuadras entre la niebla, poca gente estaba fuera de sus casas y cubículos pero de seguro me las iba a arreglar. Había conseguido comer el día anterior, solo me quedaba una pastilla de proteínas, una de aminoácidos, unos terrones de azúcar y cuatro píldoras mata-hambre. Con eso podría tirar con energía dos días y aguantar una semana antes de comenzar el proceso de desnutrición.

En la selva cromada cada segundo cuenta.

Ciudad de mierda, llena de diagonales, no entiendo cómo no quedó todo sumergido luego del último tsunami.

Se escucha música sin copyright por todos lados, me estoy acercando al lugar indicado. Acá la negrada sigue la milenaria tradición de tomar etanol, lo hacen con basura fermentada, rompen algunas bolsas de basura del McDonald’s y se roban los vasos con restos de Coca-Cola. También juntan moscas entre los cadáveres en descomposición de sus seres queridos. Las moscas son un cincuenta por ciento carbohidratos; si te das maña, el cuerpo de la mosca es como el almidón.

Cualquier cosa puede ser convertida en alcohol para los que están sedientos de sopor. Esa gente se reproduce rápido y vive poco.

Están ebrios, es ahora.

Escabullirme rápido en una casa, golpear al gordo y empujar a la gorda.

Hay mucha niebla y poca luz.

Rápido.

Correr hasta un dormitorio y rezar para que nadie sea más ágil que yo. El puto chaperío del techo está que arde y estoy transpirando mucho. No quiero transpirar tanto ni gastar energía innecesaria, todo es caro.

Encuentro la habitación de la gorda, pateo la mesa de luz y nada, pateo el armario y nada. Nada en los cajones. Parece que hay una almohada y rezo: “San López Rega, por favor, protegé a los tuyos”.

Soy escuchado, bingo, un arma cargada. La gorda anda calzada, hora de retirarse.

No hay ventanas, la villa es así. Sudor de pobre y poca luz. Un griterío de gente entrando al rancho, la concha de mi madre.

Vuelvo por mis pasos, le pego un culatazo al foco de luz y ya estamos a oscuras. Sigo por el pasillo y ya sé que me voy a cruzar con la manada de ebrios mal alimentados, hora de usar la vieja y confiable superioridad racial.

Les grito en un idioma que no entienden y disparo al frente dos veces sin ver.

Le di a alguien y se está comiendo un viaje oscuro. Corro con todas mis fuerzas y empujo, siento cómo los brazos hacen presión sobre unos cuerpos transpirados y flácidos con huesos frágiles en el fondo. Me abro paso, falta poco.

Alguien está sangrando, lo sé porque tengo su gusto en los labios.

Alguien cayó al suelo, lo sé porque le acabo de pisar la cabeza. Ese ruido a hueso roto me dio asco.

Ya casi, un par más de codazos y salgo despedido hacia adelante, estoy libre. A correr. Me doy vuelta, disparo de nuevo sin ver y escucho otro grito, esto es hermoso. Corro en lo oscuro, me guío tocando la pared y buscando aire fresco. Salgo afuera, es un sauna, pero estoy afuera.

Y, como no podía ser de otra forma, alguien me mete un botellazo en la cabeza.

¡LA RE CONCHA DE MI MADRE!

Da igual, mejor correr que pelear. Corro como un desquiciado un par de kilómetros hasta donde el ciruja me había chupado la pija. Ahí estoy solo, solamente están esos colchones húmedos y olorosos esperando la próxima revolcada. Estoy tan lleno de olores y sabores que no distingo si las náuseas son por el golpe, por la adrenalina o porque esos forros me tocaron demasiado.

Gracias, San Alfonsín, por tenerme contigo. Gracias a todos los santos peronistas del siglo XX y a los radicales menores.

Tomo un poco de agua de lluvia que sé recolectar en unas botellas. El mismo gusto a fósforo quemado de siempre.

Cuando era chico, las cosas eran más simples. Mi mamá me mandaba a la escuela y las pastillas alimenticias nunca faltaban. Ella siempre renegaba al despertarme temprano, ahora extraño un poco el recuerdo de mi papá entrando por la puerta, encendiendo el ventilador y diciendo: “amor, hijo, hora de levantarse”. Me daba un beso y luego se reía cuando yo puteaba dormido.

En la escuela nos daban más píldoras nutricionales y teníamos deportes de contacto, acrobacia y un gimnasio. Dios, qué hermosa y rutinaria vida. Luego todo era volver a casa y escuchar música con copyright.

La guerra civil dio vuelta el tablero, a mis 16 aprendí a disparar y a los 17 maté por primera vez a un liber-virgo.

Y después, mis padres se colgaron.

Al menos yo los encontré colgados.

Luego fueron veinte años de calle, nunca me pude volver a adaptar, por más que la cosa se haya pacificado hace cinco años.

Me pega el sol en los ojos, me debo haber dormido por el mareo y la nostalgia.

El botellazo me hizo perder una noche entera. Tengo el arma en el bolsillo, contando la que está en la recámara tengo cuatro balas, si las uso bien son casi dos semanas de comida y otras provisiones.

Me como un terrón de azúcar y tragué una pastilla mata-hambre. Consumo un poco de líquido y rezo a San Martín por no terminar con piedras en los riñones culpa del agua de lluvia.