Render del testimonio del acusado
Me desperté con un dolor muy fuerte en la cara, sentía que mi cabeza iba a explotar. No estaba en la misma esquina donde me había cruzado a ese tipo. De hecho, no tenía la menor idea de dónde estaba. Había muchísima basura por todos lados, apenas había luz.
Aún era de día, había cierta iluminación natural que se filtraba por algún lado.
Intenté moverme pero me dolía todo el cuerpo, tenía las manos atadas con un alambre y me faltaban dos dientes.
Me di cuenta de dónde estaba por el olor, lo había sentido en uno de esos sueños grabados, uno que decidí no incluir en el listado del Top 100 de Sueños Semi-Lúcidos del Chelito Pochón.
Entre todos esos sueños que había estado reviviendo, parece que había un señor que siempre soñaba con su trabajo. El hombre arreglaba unos gigantescos compactadores de basura, unas cajas enormes de hierro que se usaban como depósitos y que luego actuaban como prensas hidráulicas para reducir el volumen de los residuos urbanos.
El tipo de la mirada extraña estaba en frente mío. Lo noté porque sonrió y algo de luz se reflejó en sus dientes, parecían de lata.
—¿Vas a ayudarme? —me dijo.
El olor a basura rancia, el peligro y aquel desconocido.
No voy a mentir, casi me cago encima.
Quise levantarme y correr pero a duras penas logré incorporarme. Pisé con el pie derecho y luego el izquierdo se enterró en un charco de roña líquida y pestilente. La pierna se me hundió hasta la rodilla. No podía escaparme a ninguna parte.
Intenté gritar pero no pude, tenía la voz ahogada, respiraba agitado y con la boca de par en par, estaba aterrorizado.
A mis espaldas podía escuchar el sonido de unos pasos sobre aquél piso hecho de podredumbre y residuos. El tipo caminó alrededor mío hasta quedar en frente.
Agaché la cabeza, no quería mirarlo. La basura se deslizó alrededor mío, supe que se ponía en cuclillas. De pronto sentí algo frío y duro en el mentón. Hizo presión hacia arriba y ahí me volví a encontrar con su mirada y su sonrisa de lata.
Nos miramos y dije lo único que pude articular.
—Ayuda —largué, y me quedé repitiendo con la voz temerosa mientras lagrimeaba y moqueaba con la boca abierta como una criatura recién clonada.
El tipo sonrió y rozó ese metal frío por mi mentón, subiendo hasta mis labios, metiéndolo en mi boca. Sentí la textura lisa y el gusto a metal quemado, restos de pólvora en el cañón de esa pistola.
Puso el pulgar sobre el martillo, lo tiró hacia atrás para dejar el arma montada
—Al contrario —me respondió—. Vos vas a ayudarme, ¿no?