Los humanos están llenos de ciclos, muy similar a la mayor parte de las especies de este universo, con la diferencia de que el resto de las especies entra en alguna de estas categorías: (a) no tienen tantos ciclos y son más simples, (b) suelen reconocer y aceptar esos ciclos, (c) son inconscientes respecto a estos ciclos.
Los humanos son conscientes solo de algunos de sus tantísimos ciclos, como pueden ser nacimiento, vida y muerte, o sueño y vigilia. Pero también se la pasan renegando de estos. Niegan los que conocen e incluso hacen un esfuerzo increíble para no ver otro montón de ciclos que están en la punta de sus narices. Se la pasan fantaseando sobre algún tipo de control completo sobre sus vidas que, por supuesto, no tienen.
A tal punto han llevado esa fantasía que han diseñado un algoritmo probabilístico llamado “inteligencia artificial”, que es igual de impredecible que ellos. No conformes con esto, la han puesto a gobernar su mundo. Así les ha ido con el experimento; puedo hacer una publicación al respecto si así lo desean.
El hecho de que no tengan control pero intenten tenerlo los pone todo el tiempo en un conflicto hermoso. El etéreo refinado podrá entender a qué me estoy refiriendo.
Descubrí a esa humana llamada María tan solo por uno de esos azares de la existencia. Me encontraba en la puerta de un almacén donde estos bichos van a comprar vicios y, de pronto, sentí algo que contrastó con todo el ruido magnético de las transmisiones audiovisuales, los cables eléctricos y el resto de los pensamientos de los implantados.
Ella cruzó hacia el interior, atravesando mi tejido, y pude detectar algo especial: prisa y hastío, con un poco de nostalgia atemperada con rasgos tiernos. Fue interesante. Al instante me convencí de que tenía que seguirla para saber qué era lo que había producido tal riqueza.
Compró unos cigarrillos y se marchó de inmediato mientras reconectaba su canal mental principal a Instagram y atendía unos mensajes. La estaban contactando para tener una cita sexual, la mayor parte de la economía de las implantadas se mueve de esta forma.
Agendó la cita para el día siguiente al tiempo que algo se desarmaba por completo dentro de ella, como la implosión de una burbuja dentro del agua. Luego, de un momento a otro, volvió a la total serenidad de una profesional.
Subió las escaleras del edificio mientras abría el paquete de cigarrillos con una inmensa ansiedad contenida para luego prenderlo, inspirar hondo y frenar en seco toda la inercia animal que se había acumulado en ese mediodía terrestre. Algo retomó el control dentro de ella y dijo muy claramente para sí misma: “al fin vuelvo a ser humana”. Entró a su casa, puso música y de ahí en más comenzó a gotear por todos lados. Primero fue un llanto leve, luego fue su nariz que moqueaba.
Mientras lloraba, diversas sensaciones iban escurriéndose por la antena, bailando, confundiéndose entre sí, haciendo contrapuntos. Para cuando terminó el cigarrillo, sus intestinos estaban en movimiento y se fue al baño a seguir expulsando cosas por sus agujeros.
Así son los humanos, incluso abrir un esfínter para soltar el gas que producen las bacterias en su interior está totalmente cargado de emociones.
Mientras estaba en el baño, podía detectar cómo constantemente llegaban mensajes a su cerebro. Todos parecían provenir de humanos, alguno era de origen alienígena, pero la mayoría eran de mentes sintéticas. Para ellos es un poco difícil discernir: creen que se dan cuenta cuando un mensaje proviene de un robot y cuando proviene de algo que está vivo, pero en el fondo solo sospechan. En cuanto se descuidan, de las miles de máquinas que intentan entablar contacto por día, siempre hay una docena que se manejan con los patrones correctos para engañar a la persona correcta.
Nosotros quizás estamos acostumbrados a la mente de pseudo-colmena. Somos etéreos; esto de “los límites” y “la individuación” es algo un poco artificial y novedoso en nuestra especie. Pero, para los humanos, el hecho de estar siempre conectados es un desafío y un gasto de energía excepcional. Algunos lo toleran medianamente bien, otros viven una constante sensación de acoso y paranoia. Les recomiendo alejarse de esos, no es una buena forma de invertir el tiempo.
María era de las que podía lidiar con el tema sin perder la cabeza en el intento. Lo bueno de ella es que no parecía estar cerrada a nada; podía lidiar con todo y metabolizar cualquier estímulo. Incluso cuando un cuerpo etéreo hacía interferencia con su antena, su organismo no intentaba ahuyentarte, simplemente te ignoraba, lo que hacía que por momentos uno pudiera fundirse en su psique y ser parte de ella.