El día que Mickey murió acuchillado fue un día duro para todos.
Su sangre de ratón caía de a gotas, formando unos charquitos pequeños que luego fluían en pequeños ríos por el cordón cuneta. No había sido necesario, fueinevitable.
Le sucedió por ser el vocero, y matar al mensajero siempre es y será un gesto crucial.
Aunque supo haber un tiempo en que nos cayó bien bien, ya nos caía fatal fatal. Ahora el resto de sus compañeros actores sabe lo que les espera. La guerra va a empezar, sabemos que es cuestión de tiempo. Contamos con la superioridad numérica pero no tenemos los recursos, incluso en el mejor de los escenarios no podríamos durar ni dos semanas.
El maldito no paraba de prometer cosas hacernos coquetear con la idea de mierda de que, si seguíamos creyendo, quizás, todo iba a salir bien. No sé cómo explicarlo. Nos habíamos hartado.
Fue de un segundo a otro, en medio de la película lo sacamos y lo llevamos arrastrando hasta la plaza, luego le dimos una golpiza memorable. En frente de todos juró que era su trabajo, pero no le dimos importancia.
Le arrancamos las uñas y los dientes, le quebramos los dedos y le quemamos la cara. Luego le cortamos las orejas con un cuchillo de cocina sólo para verlo gritar. Murió varios días después cuando decidimos apuñalarlo.
En ese mismo momento nos percatamos de lo que éramos, un breve lapsus de humanidad que nos confrontó con nuestra irremediable decisión.
Ahora, llenos de euforia, sólo esperamos.