Esto me pasó por seguir la pista de la desaparición de cadáveres en la morgue. Fue como si un enjambre de necrófilos hubiese decidido hacer una fiesta, pasando a buscar a todos sus amigos porque nadie contestaba los telegramas de invitación.
Me pregunto si algún día volveré a vivir tranquilo. Desde hacía tiempo que, al menos una vez por año, anunciaban los faltantes de la morgue en los diarios locales sin que el tema se convirtiera en una noticia con resonancia a nivel nacional. Si la memoria no me falla, al día de la fecha faltan los cuerpos de cinco hombres y veinte mujeres.
Sí —hasta donde sé—, en total faltan 25 cuerpos en la morgue.
Empezaron a faltar desde 2008, entre dos y tres cuerpos desaparecieron cada año.
Uno podría pensar que eran sustraídos en diferentes momentos del año, pero luego de indagar un poco llegué a la conclusión que eran robados al mismo tiempo, el mismo día y sin dejar rastros demasiado groseros.
No, no soy policía. En breve entenderán la razón por la que me ví involucrado en todo esto.
Ahora estamos en el año 2018, podría decirse que mi curiosidad empezó aquel verano de 2015. Lo recuerdo porque había hecho un calor excepcional. Para aquel entonces mi novia estaba a punto de dejarme porque odiaba que yo me emborrachara en la manera que lo hacía.
Nunca supe qué era lo que había visto en mí y por qué me había elegido como su pareja. Siempre le estaba hablando de este tipo de cosas un tanto morbosas. También solía filmarla mientras se bañaba o mientras teníamos sexo. Filmaba los videos con mi teléfono móvil y luego se los mandaba. No creo que eso pueda ser considerado un problema, solo es una excentricidad, una humorada de mal gusto.
En mis borracheras también solía subir esos videos a xvideos. La maldita se enojaba por nada, nuestros videos eran bastante malos y de baja calidad. Además, somos feos —sobre todo ella, que es particularmente gorda y le faltan varios dientes—. Nadie los iba a ver nunca.
En 2015 todo indicaba que iba a convertirme en un ciruja a tiempo completo. La fábrica había cerrado y me habían indemnizado con una excelente suma de dinero. Había trabajado como soldador desde mis catorce años y a los 40 años había empezado a presentar síntomas de una enfermedad respiratoria crónica y bastante de mierda. La fábrica me había dado un buen billete para que no hiciera viral una denuncia que les tenía preparada por haberme dejado sin seguro médico y sin trabajo en una de las peores recesiones que ha transitado el país.
Ese mismo año conocí a Horacio, en aquel entonces yo dormía la mayoría de las noches fuera de casa porque sabía que Daniela me odiaba. La primera vez que entablamos contacto con Horacio fue abajo del puente. Esa vez me desperté y casi que no podía moverme de lo alcoholizado que estaba. Vi que se me acercaba y fue casi un milagro, pero el instinto logró que me pusiera de pié. Le atiné un puñetazo en la mandíbula y lo mandé a dormir. Me tiré en el suelo de nuevo y me desvanecí.
Nos volvimos a despertar a la media noche, él no recordaba absolutamente nada y me preguntaba qué había pasado. Le dije que lo había golpeado porque pensé que quería robarme. Me dijo que no estaba enojado, que ni siquiera recordaba haber estado consciente. Lo ayudé a incorporarse y nos dirigimos a buscar un par de cervezas. Parecía un buen hombre.
No sé realmente cuánto tiempo me queda.
En esa época tenía otras ideas, sostenía que si iba a morir, prefería hacerlo estando lo suficientemente ebrio como para tener un accidente y no por una enfermedad pulmonar. Era mi ley: no quería morir a causa de mi trabajo, lo haría producto de mi ocio.
Esa misma noche la pasamos estupendo. Le mostré varios videos de mi novia. Horacio se reía como un niño. Empezó a caerme realmente bien y nos hicimos buenos amigos, quería presentarlo en casa, quería que mi gorda Daniela lo conociera. Hacía demasiado calor para que pasara la noche en la calle, nosotros teníamos un ventilador y un sofá para que durmiera más tranquilo. Incluso hasta podría darse un buen baño y hacer una vida igual de alcohólica pero un poco más civilizada.
Es claro que Daniela explotó cuando me vió llegar.
En realidad vio como Horacio arrastraba mi cuerpo semi-consciente hasta la puerta, yo le había dado la dirección y él supo ubicarse correctamente.
Sinceramente no puedo transcribir lo que ella nos dijo, mi estado era realmente malo y no recuerdo nada de nada. Calculo que sería algo bastante grosero pero totalmente pertinente.
Después de ese día no volví a verla.
Empecé a dormir bajo el puente con horacio. Conocerlo había sido una suerte, y aunque ahora tenía que gastar el doble en bebida, comprendí que lo que ahorraba en los gastos de Daniela lo podía invertir en cirrosis hepática.
Estuvimos un mes durmiendo a la intemperie. Ese tiempo lo pasamos a lo grande. Ninguno de los dos tenía familia, éramos totalmente libres.
A diferencia de mí, Horacio sabía que no tardaría mucho en morir. Él estaba enfermo desde mucho antes de conocerme, tenía SIDA. En otras épocas le gustaba mezclar el alcohol con algunas inyecciones de cocaína. Su único deseo era ser velado y enterrado. No quería ir al horno y convertirse en cenizas, quería ser comida para los gusanos. Una lástima Horacio, con tanto alcohol en el cuerpo habrías ardido de una manera preciosa.
A fin de mes me desperté un tanto descerebrado, estaba internado en el hospital. Había colapsado: demasiada bebida, poca comida y mucha deshidratación no son cosas buenas cuando se mezclan con días de cuarenta grados a la sombra.
Les pregunté a los enfermeros si sabían algo de Horacio. Había muerto. Lo había hecho en su ley. Intenté llorar un poco pero me dolía mucho la cabeza como para seguir despierto, lo lloraría a su debido tiempo y en su debido lugar. También pondría unas flores en su sepulcro. Luego me brindaría una buena borrachera a mí mismo para despedirlo con sus merecidos honores. Tenía suficiente dinero como para tramitar al menos un nicho funerario y un ataúd. Al día siguiente se lo comuniqué a los médicos, pero me dijeron que ya lo habían quemado.
Eso sí que era mala suerte.
Poco tiempo después me encontré en mi casa. Estaba vacía, la gorda Daniela se había ido para siempre. Hora de volver a pagar los alquileres.
Había dado por supuesto que ella se habría hecho cargo de todo lo doméstico, pero evidentemente su moral le indicaba que no podía vivir en la casa de otro y mucho menos hacerse cargo de las cuentas ajenas.
Me gustaría decir que no la extrañé ni un poco, pero no fue así.
Me pareció que podía comportarme como una persona decente y —en honor al amor que nos supimos tener— borrar los videos que había subido a internet.
Borré todo lo que había en el celular. Luego entré a xvideos y empecé a borrar una por una aquellas filmaciones grotescas. Me asaltaron muchos recuerdos, habían sido demasiadas situaciones hilarantes, siempre habíamos disfrutado del sexo con mucha grácia.
Aunque mi destino solitario era muy triste, solté una carcajada. ¿Dónde estaría ahora? ¿Habría empezado a prostituirse de nuevo? ¿Quién la mantenía? Mi cabeza realmente se preguntaba por ella. Pero lo que encontré en uno de los comentarios de los videos me trajo de nuevo a la realidad y me dio escalofríos.
Gary0125: “He visto este video al menos una docena de veces, pero ya no me hace gracia… estoy seguro que la vi mientras se la llevaba la ambulancia. No me imaginaba que viviera a unas cuadras de mi casa.”
Borré el video y llamé a su madre pero no me contestó nadie. Eran demasiadas pérdidas en un mismo mes. Eso no me estaba gustando, tenía miedo. Al día siguiente fui a la morgue. Necesitaba hablar con alguien, quería saber cuándo y de qué había muerto.
Los encargados de turno me dijeron que no estaban autorizados a darme ninguna información.
Pasaron varios días y seguí frecuentando la morgue, realmente quería saber qué había pasado con mi novia. Acaso habría sido algo que había comido, alguna picadura, o algún accidente con un cable de esa casa destartalada.
Un día intenté sobornarlos con una etiqueta de cigarrillos. Había puesto un billete de 100 dólares adentro. Le convidé un cigarro al encargado. Los ojos se le iluminaron cuando le tendí la caja de cigarrillos y encontró un cigarrillo verde con la cara de Benjamín Franklin. Me dijo que realmente no tenía la menor idea de qué le estaba preguntando. No tenía idea de quién era mi novia, ni tampoco sabía qué había pasado con su cuerpo. Me dijo que no siempre traían cuerpos para hacerles autopsias y mucho menos “de gente sucia como usted”.
Luego de decir eso, se fue hacia adentro de una oficina mientras yo, iracundo, le pedí que se fuera a la mierda y que ojalá que lo violaran esa misma noche. Volvió con un diario enrollado en la mano, miró a la cámara de seguridad que nos filmaba, me agarró por el cuello de la camisa, me pegó en el hocico con el diario y me dijo que si no me iba llamaría a la policía. Agarré el diario y me fui a un bar mientras maldecía a su madre.
Pedí una cerveza y me fijé en ese periódico. Había una hoja subrayada y marcada por todas partes con color rojo. Era una nota que se titulaba “Nuevamente faltan cadáveres en la morgue”, estaba firmada por un tal Santiago Carabelli.
Busqué su nombre en internet y encontré que sus únicas notas en ese diario tenían que ver con cuerpos que habían sido robados o extraviados en la morgue. Era un periodista casi desconocido, que había hecho alrededor de trece breves notas sobre el tema.
Las primeras habían sido escritas en un tono que dejaba el derecho a la duda, daban a entender que quizás simplemente había un error en el registro de las entradas y las salidas. Luego, con el paso del tiempo las notas se volvieron en un tono mucho más acusatorio, haciendo responsable al director de la morgue. Este brusco cambio en la redacción había coincidido con el cambio de autoridades de aquel lugar.
Empecé a buscar otras noticias relacionadas con el extravío o secuestro de cadáveres pero el caso más extremo era el de esta pequeña ciudad.
Me pareció que sería adecuado ir en busca de ese tal Santiago Carabelli y del ex director de la morgue. Fui hasta la redacción del diario y pregunté si había alguna forma de contactarlo. Me dijeron que se había tomado vacaciones pero que si les dejaba mis datos ellos se pondrían en contacto conmigo en cuanto volviera de su viaje.
Les dí mi teléfono y mi dirección. Ahora, en perspectiva, me doy cuenta que fue una idea estúpida. Mientras abría la puerta, estoy seguro que ellos se estaban riendo a mis espaldas.
Frustrado mi intento por llegar hasta aquel periodista, fui en busca del director de la morgue.
No me fue difícil encontrarlo, una rápida búsqueda en internet me llevó a unas necrológicas del diario. Era fácil llegar hasta él, al menos hasta su parcela en el cementerio. No pareciera que fuera a decir muchas cosas que me sirvieran para continuar el rastro.
Mi gorda Daniela y mi querido Horacio, nadie contestaba mis dudas acerca de sus paraderos. Durante una semana esperé la llamada de Santiago Carabelli pero nunca llegó, así que en una borrachera decidí que era necesario tomar medidas drásticas. Era de noche y salí hacia la morgue con una lata de pintura en aerosol que había comprado ese mismo día.
Esperé a que no hubiera nadie cerca, a que la ciudad entrase en ese sueño sepulcral que huele a libertades individuales.
“¿Dónde está Daniela? ¿Dónde está Horacio? ¿Dónde está Santiago Carabelli?”
Tengo que admitir que tengo buena caligrafía. Los gigantescos portones y toda la fachada estaban escritos en una hermosa letra cursiva que me recordaba aquellas clases en la escuela primaria. Me fui corriendo, y pensando que todo eso había sido impulsivo. ¿Qué mierda pretendía lograr? Aquello fue noticia en los canales de televisión local, pero el revuelo no duró ni medio día. Al parecer nadie me había visto o nadie se había interesado en averiguar quién había hecho esas pintadas. Tampoco nadie se preguntó por los nombres escritos. La gente habló un poco en la calle, pero todo se diluyó tan pronto como otras cosas empezaron a ser noticia.
Eso sí que me enfureció, lo que me valió otra formidable borrachera. Esta vez fui directo al crematorio a preguntar por Horacio. Sabía que desde hacía tiempo guardaban registro de cada uno de los cuerpos que habían incinerado, dado que en otros tiempos habían usado los hornos para deshacerse de cuerpos, documentaciones y evidencias de varios crímenes que se habían cometido en la ciudad.
Llegué hasta el lugar, me dirigí hasta el guardia y lo amenacé con un cuchillo, era de noche y se lo puse al lado del cuello. La adrenalina y el alcohol me habían dejado ciego, estaba decidido a ver los registros. El oficial casi se caga en los pantalones. Me condujo a dentro de una habitación que hacía las veces de oficina, estaba separada del crematorio.
Su cara era la de un hombre serio que intenta disimular su miedo. Me dejó que hojeara los registros, no llamó a la policía ni a nadie. Empecé a buscar los ingresos del último mes pero de pronto tuve un terrible acceso de tos. Comencé a escupir flema amarilla y sentía que iba a vomitar mis propios bronquios. Fue en ese momento que el guardia aprovechó para regalarse una pequeña venganza y me dió un sillazo en la cabeza con tanta fuerza que volví a terminar en el hospital.
Había tenido una concusión leve pero lo suficientemente efectiva como para dejarme internado por una semana. Me llamó la atención que nadie había presentado una denuncia por lo sucedido. Empezaba a sospechar que alguien no quería agitar el avispero.
Algo de lo que estaba “investigando” tenía todas las de convertirse en un escándalo que afectase los intereses de alguien lo suficientemente poderoso como para comprar la voluntad de ese periodista “que había salido de viaje”, así como las voluntades de otros medios de comunicación que no ponían el tema en agenda. Ese alguien estaba realmente dispuesto a comprar todo el silencio que fuera necesario. Me imagino que aquel guardia había llenado sus bolsillos esa misma noche.
Pocos días después, al llegar a mi hogar, descubrí que esto no era solo paranoia. Los vidrios de mi casa estaban rotos y la puerta había sido forzada. La cerradura estaba completamente deshecha y se habían robado la mayor parte de mis pertenencias. Todo estaba revuelto. La casa estaba sucia y las paredes habían sido pintadas con aerosol.
No eran simples pintadas, estaban escritas, todas las habitaciones tenían la misma inscripción “/omar_69”. Aquello era algo de muy mal gusto. Me puse a acomodar la casa y a instalar una cerradura nueva. Es hasta el día de hoy que no me siento seguro aquí, pero estoy amenazado, no puedo ir a ningún lado.
Fueron tres días hasta que pude volver a acomodar la casa, cambiar los vidrios y quitar las manchas. Al cuarto día siguiente recibí un paquete. Adentro había fotos mías mientras pintaba la morgue. Las tiré a la basura y decidí poner rejas en las ventanas.
Intenté hacerlo yo, pero los nervios me hacían temblar demasiado. Llamé a unos colegas que lo hicieron bastante rápido, no preguntaron nada, simplemente me miraron como se mira a la gente que duerme en la calle o a los enfermos terminales.
Las rejas eran buenas, sin embargo duraron solo una semana. Fue un domingo que decidí que ya podía descansar. Me embriagué y perdí el conocimiento nuevamente.
Cuando amanecí, todos los barrotes estaban doblados y los vidrios estaban rotos de nuevo. Comencé a llorar como un niño. Realmente estaba asustado, no quería revisar la casa, tenía miedo de encontrar algo más.
Pero fue en vano, esta vez había una carta escrita a mano. Básicamente era una lista: “12/05/2008: Mariano Santini y Cristina Rinaldi. 13/06/2009: Laura Perez, Carolina Gallardo y Fernanda Ríos.”
La carta continuaba hasta ése mismo año: “19/12/2015: Horacio Gutierrez y Daniela Bianchi. 20/01/2016: ¿David Cabrera?”.
Esos tres últimos nombres me hicieron temblar. Daniela Bianchi era el nombre completo de mi novia, David Cabrera es el mío. Me imagino que ese Horacio era mi Horacio.
Intenté ir a la policía, pero tenía tanto olor a alcohol que me despacharon de inmediato y sin tomarme la denuncia. Corrí a casa nuevamente para darme una ducha y buscar un abogado. No me sentía para nada seguro.
Al llegar volví a encontrar otro paquete. Al abrirlo vomité, tenía olor a hamburguesas podridas. Había ropa interior de mujer, estaba manchada de sangre seca y trazas de carne en descomposición. Dentro había un anillo y montones de preservativos usados. Era la alianza que Daniela siempre usaba, estaba grabada con sus iniciales. Comencé a llorar, era una auténtica pesadilla.
Decidí cerrar la boca y no volver a hablar con la policía ni con nadie. Sé que tengo una enfermedad respiratoria crónica. Sé que voy a morir y solo quiero tener un poco de paz.
Hace dos años que casi no salgo de mi casa. Cada vez que lo hago aparecen paquetes bajo mi almohada. No tengo amigos y paso mis días bebiendo.
No tengo privacidad, se han ensañado conmigo. Y no paran de llegar mensajes de texto a mi teléfono, no importa cuántas veces cambie el número. Aprendí a no apagarlo, es preferible recibir SMS y no ladrillazos con mensajes en medio de la noche. Trato de no hacerles caso, temo perder lo que quede de mi cordura.
Todos los mensajes dicen lo mismo: “http://www.xvideos.com/omar_69 – Daniela y Horacio te esperan. ¿No te intriga?”.